(Presentación del autor):
Me vienen al pensamiento olores de café recién hecho y visiones de la huerta al amanecer, vestida con una capa de bruma y escarcha, verde, con infinitos tonos, resaltando aquellos más oscuros bajo un cielo encapotado, apenas despierto.
En el horizonte la lucha entre el sol y las nubes, la huida de la noche. Mientras tanto, los trinos de los pájaros componen la banda sonora del día. De pronto, desde la lejanía, un nuevo instrumento pasa a engrosar la ya poderosa orquesta de las aves. Es quizás el músico más antiguo de la improvisada orquesta. Otros cantos, otros silbidos llenaron el aire tiempo atrás, acompañando su inconfundible sonido; mientras sus notas iban perforando la bruma, generaciones enteras se han sucedido, naciendo y muriendo inexorablemente desde hace mucho tiempo.
Es un componente más de la huerta, que zigzaguea entre naranjos aún dormidos. Su luz se dispersa en los incontables destellos de las gotas de rocío. Su color es el mismo que el de las hojas más oscuras; sus movimientos, ceñidos por el trazado del camino, se acompañan de una suave cadencia en un allegro ma non troppo singular. Acarrea vidas y esperanzas, pasiones, deseos, ilusiones, frustraciones... Es amigo de todos excepto de aquellos que se cruzan en su camino a destiempo. Con todo, sigue siendo popular y querido sin que la fama se le haya subido a su cabeza de madera y metal. Es el trenet.
De todo ello, hace ya treinta años. Fue el primer contacto, la primera impresión que me causaron aquellos viejos trenes que tanto servicio prestaron a Valencia. Hoy en día casi todo ha cambiado excepto el trazado. Los viejos convoyes ya no circulan, fueron pasto del soplete. Les sustituyeron otros, mucho más cómodos y rápidos, aunque, ciertamente no tienen el mismo encanto. De la estacioneta del Pont de Fusta, sólo queda el edificio, pues todo lo que fue la playa de vías, los andenes y otras instalaciones es ahora tan sólo un recuerdo, una fotografía. Partidarios y detractores no dejarán de discutir sobre la idoneidad de los cambios, sobre pasado y futuro. Pero por el momento, en el presente, la sistemática de progreso y de la técnica ha vencido por completo a todas aquellas visiones románticas del trenet tal como fue. El resultado es evidente: un mejor servicio, un mayor confort, una imagen completamente distinta. Los tiempos cambian. Nosotros también. Pero, afortunadamente, siempre queda la historia.
Y de esa historia voy a intentar ocuparme, concretamente, de 110 años de historia del trenet. Una historia apasionante y maravillosa, que no es otra que la historia de Valencia y los valencianos, de sus avatares, de sus vivencias cotidianas, aderezadas con aquellos inolvidables traqueteos y silbidos que señorearon la huerta, que la habitaron y que convivieron con el quehacer cotidiano de muchos hombres y mujeres.